Los apellidos surgieron en la Edad Media como una forma de distinguir a las personas por su pertenencia a una familia y a un lugar. Al principio, cualquier atributo podía ser válido para distinguir a una persona de otra, como su trabajo, lugar de origen o algún rasgo físico. También se usaba el nombre del padre para identificar a una persona, lo que dio lugar a los apellidos en «-ez» en España, que significa «hijo de».
Antes de los apellidos, en la antigua Roma, los ciudadanos tenían tres nombres: un praenomen (el equivalente a nuestro nombre de pila), un nomen (nombre gentilicio que indicaba la pertenencia a la gens) y un cognomen (vinculado a alguna característica física o psíquica de quien lo lleva o de alguno de sus antepasados, que se convirtió en hereditario por vía paterna). Esta práctica se mantuvo hasta la caída del Imperio romano, cuando los nombres pasaron a ser más simples y se empezaron a utilizar los apodos y sobrenombres como una forma de identificación. Con el tiempo, estos sobrenombres y apodos se convirtieron en apellidos y se generalizaron en la Edad Media.
La Edad Media es la época en la que surgen los apellidos tal y como los conocemos hoy en día. Los apellidos se originaron cuando las clases altas comenzaron a usarlos a partir del siglo XIII. Fue en ese momento cuando comenzaron a utilizarse mayoritariamente los apellidos acabados en -ez, que significan ‘hijo de’. El origen de esta fórmula se desconoce. Aquí te dejamos una lista de los principales apellidos españoles que terminan en ‘ez’ y su significado originario, remontándonos al medievo: Fernández (Hijo de Fernando), González (Hijo de Gonzalo), Sánchez (Hijo de Sancho), Pérez (Hijo de Pere), Gómez (Hijo de Gome o Gomo), Hernández (Hijo de Hernando), Álvarez (Hijo de Álvaro), Menéndez (Hijo de Menendo), Martínez (Hijo de Martín), López (Hijo de Lope), Rodríguez (Hijo de Rodrigo), Suárez (Hijo de Suero), Juárez (Variación de Suárez).
Los apellidos surgieron de la necesidad de identificar a una persona no solo por su «nombre», sino por su «pertenencia», es decir, su vínculo a una familia y a un lugar. Al principio, lo que se hacía era añadir algo más que simplemente ayudara a distinguir a una persona de otra. Cualquier atributo podía ser válido, por ejemplo: el trabajo, el lugar de origen o un rasgo físico. De la misma forma también se usaba el nombre del padre, y de ahí empezaron a surgir los apellidos en ‘ez’. Este sistema surge de los romanos, que tenían tres nombres. En la República romana, del 509 al 27 a.C., se utilizaba un método conformado por tres denominaciones, llamado la «Tría Nómina». Un praenomen (el equivalente a nuestro nombre o nombre de pila), un nomen (nombre gentilicio que indica la pertenencia a la gens, sería el equivalente a nuestro apellido) y un cognomen (vinculado a alguna característica física o psíquica de quien lo lleva o de alguno de sus antepasados, se convirtió en hereditario por vía paterna).