José Aparicio Pérez Los arqueólogos del S.I.P. de la Diputación de Valencia, al terminar las extensas excavaciones arqueológicas que realizaron en esta gran ciudad ibérica desde 1929 a 1931, se dieron cuenta que la ciudad fue destruida a finales del siglo IV antes de Cristo o principios del III y nunca se volvió a ocupar más, quedó en ruinas totalmente.
La pregunta que se hicieron entonces, y que todavía espera contestación, fue ¿quién la destruyó y por qué?.
La destrucción fue total. Las casas fueron incendiadas y asoladas. El saqueo fue minucioso por lo que respecta a los objetos de cierto valor, joyas por ejemplo, no así los objetos de uso corriente, incluso armas, que quedaron en su lugar, rotos o enteros.
Alguna pieza, como el ya famoso Guerrer de Moixent, se pudo salvar porque debió quedar oculta a la mirada de los invasores.
Del asalto a la ciudad obtuvimos constancia personal al encontrar, con motivo de los trabajos de rehabilitación y reconstrucción del monumento que dirigimos entre 1975 y 1990, una punta de lanza y un bocado de caballo entre un montón de ceniza delante de la puerta principal de la ciudad.
De momento, también resulta difícil saber qué ocurrió con los habitantes. No se ha encontrado, entre las ruinas, ni un sólo cadáver.
¿Los recogieron posteriormente los supervivientes y los enterraron?. ¿Huyeron ante la llegada de los invasores con las pertenencias de fácil transporte?. ¿Fueron deportados en masa?. Preguntas de imposible respuesta todavía e, incluso, alguna, en contradicción con lo expuesto.
Lo que es cierto es que los supervivientes, si los hubo, nunca más volvieron a este lugar.
En cuanto a los invasores y destructores de la misma las respuestas a la pregunta han sido varias, sin que ninguna lo sea a plena satisfacción.
Se ha pensado en simples luchas locales, entre vecinos, siendo éstos los agentes del arrasamiento, pero resulta difícil aceptar su magnitud y las consecuencias posteriores.
Investigadores valencianos han pensado que la destrucción se pudo producir a mediados del siglo IV, cuando sistemáticas correrías cartaginesas motivaron el tratado romano-cartaginés del año 348, correrías que serían causa de destrucción de otras ciudades por todo el territorio ibérico. Parece, sin embargo, fecha excesivamente antigua.
En cambio, resulta excesivamente baja la del 228 para los que opinan que pudo ser Asdrúbal y sus tropas los agentes devastadores, y todavía más para los que piensan en las guerras anibálicas.
De momento no hay datos fidedignos que puedan dar contestación a la pregunta, por lo que el enigma sigue en pie.